El concepto de contaminación acústica no implica necesariamente una patología que puede derivar en trauma acústico. Cualquier sonido a un nivel determinado puede resultar contaminante si impide o dificulta al animal receptor la buena recepción de los ecos sonar o de las señales acústicas de comunicación de su grupo social.
Los niveles de contaminación de un sonido particular y su impacto morfológico y fisiológico dependen del tiempo de exposición y de la intensidad de la señal recibida.
Se pueden dividir los traumas relativos al ruido en dos casos: los impactos letales y los subletales. Los impactos letales son los que provocan la muerte inmediata del sujeto expuesto directamente a una emisión sonora intensa.
Los impactos subletales representan los casos donde la pérdida auditiva es debida a una exposición a sonidos perceptibles, y se denominan traumas acústicos. En estos casos, algún sonido excede el límite de tolerancia del oído. Básicamente, si cualquier mamífero puede oír un sonido, este sonido a un nivel determinado, puede lesionar el oído causando una reducción de su sensibilidad. El nivel mínimo al cual un sonido puede ser percibido se llama el nivel umbral de audición.
Si un individuo necesita una intensidad significativamente mayor que la habitual para la especie, para percibir una frecuencia en particular, aparece un déficit auditivo marcado por un cambio del nivel umbral.
Cualquier ruido a un nivel suficiente cambiará el umbral auditivo, mientras que unos ruidos diferentes, producidos al mismo nivel, no provocarán cambios equivalentes.
La cuestión es saber si una emisión recibida produce una pérdida temporal o permanente.
El mecanismo de pérdida temporal de la audición para una frecuencia determinada y un tiempo de exposición determinado, implica unas lesiones de las células ciliadas del oído interno. Los períodos de recuperación pueden variar de algunas horas hasta varias semanas según los individuos. Pero, unas exposiciones repetitivas a fuentes sonoras sin que se produzcan los períodos adecuados de recuperación, pueden causar cambios permanentes y agudos del umbral. La duración de un cambio del umbral de audición está en directa relación con la duración y la intensidad de la exposición.
El examen de las células de la cóclea (oído interno), permite determinar el nivel de cambio del umbral auditivo y las correspondientes frecuencias afectadas.
La dificultad reside en obtener oídos frescos, extraídos inmediatamente después de la muerte para evitar los efectos de la autolisis (descomposición orgánica post-mortem) que impedirían la lectura correcta de las lesiones, así como en seguir un protocolo de análisis complejo y riguroso.
Asimismo, la sensibilidad a determinadas frecuencias del oído de un cetáceo se puede estudiar con métodos electrofisiológicos a través del análisis de los potenciales evocados registrados desde la superficie craneal. En otras palabras, si un animal oye un sonido, su cerebro registrará esta vibración como un impulso eléctrico que se puede detectar con simples electrodos dispuestos con ventosas en la superficie del cráneo. Estos pulsos eléctricos reciben el nombre de potenciales evocados o Respuestas Auditivas del Tronco Cerebral (ABR, Auditory Brainstem Responses) y conllevan un tiempo de latencia y una duración cortos. Esto permite examinar la sensibilidad de percepción de las frecuencias de determinadas señales acústicas y establecer el audiograma del animal. En el caso de un cetáceo varado en rehabilitación, el análisis de esta percepción es fundamental para estimar su capacidad para utilizar correctamente el sistema bio-sonar y evaluar las posibilidades de supervivencia después de su liberación.
La contaminación acústica amenaza las especies marinas
La creciente contaminación acústica producida por el hombre en los océanos se está convirtiendo en una seria amenaza para la biodiversidad marina, en concreto, para especies como ballenas, delfines y tortugas, que emplean sonidos para comunicarse.
Según expertos reunidos en una conferencia impulsada por las Naciones Unidas en Roma, la navegación comercial, los nuevos radares militares y el cambio climático “acallan” los sonidos que producen estos animales, una situación que les asusta y desorienta y que hasta llega a afectar su comportamiento.
El continuo rugir de los motores de los barcos, los estudios sísmicos que llevan a cabo las compañías de gas y petróleo y los sónares militares han elevado los niveles de ruido de los océanos hasta niveles casi insostenibles.
El director científico de la Sociedad para la Conservación de Ballenas y Delfines, Mark Simmonds, asegura que existen “evidencias” de que estos ruidos afectan sobre todo a mamíferos marinos, especialmente a aquellos que suelen moverse en las profundidades.
En el marco de una conferencia del Programa Medioambiental de la ONU sobre Especies Migratorias que se celebra en Roma estos días, Simmonds ha descrito así el fenómeno: “Es como el efecto que se produce en cualquier fiesta: tienes que hablar cada vez más alto hasta que llega un momento en que nadie puede escuchar a nadie”, un efecto conocido como enmascaramiento.
Este científico ha señalado que existen además pruebas de que los casos de ballenas varadas en playas de todo el mundo están cada vez más relacionados con la contaminación acústica. Muchos de estos mamíferos presentan daños en los tejidos similares a las de los buceadores que sufren el llamado “mal del buceo” o enfermedad por descompresión inadecuada, que se produce al salir a la superficie demasiado rápido. Los expertos sugieren que estos animales suelen asustarse por los sonidos de sónar o pruebas sísmicas y suben hacia la superficie más rápido de lo que son capaces de soportar.
De acuerdo con un estudio impulsado por la IFAW (International Fund for Animal Welfare), la distancia máxima a la que las ballenas azules pueden comunicarse se ha reducido un 90% como resultado de los elevados niveles de ruido.
Los científicos también alertan de que el aumento de los niveles de dióxido de carbono en los mares ha hecho subir la acidez del agua, lo que contribuye también a que los océanos sean más ruidosos (a más ácidos, menor capacidad de absorber el exceso de ruido).
“Si existe mucho ruido de fondo, los animales no pueden oír el paso de los barcos”, ha comentado Simmonds. “Es cuando aparece el efecto de las fiestas”.
Los conservacionistas marinos reunidos en Roma urgirán en las conclusiones de la conferencia a que los gobiernos adopten medidas para la implantación de motores silenciosos y normas más estrictas en cuanto al desarrollo de estudios sísmicos y de tecnologías de sónar militar.